Imágenes reducidas de placer, limitadas por las superficies simples de la personalidad y la situación, mundos no hechos para hablar, sino para sentir y recibir. Belleza a raudales, como estalidos de colores violentos que impactan todos juntos en la retina y se mezclan hasta transformarse en barro. Un barro rico y onírico de ruidos que abre la puerta al lugar donde están las grandes cosas, donde la música se derrama por las ventanas, salpica el suelo, se levanta y se marcha.
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