Todo es verdad, todo es mentira, dependiendo del cristal de los ojos con que se mira.
Winnie the Pooh sufre hiperactividad y falta de atención, es obsesivamente compulsivo, tiene tendencia a la obesidad y además podría desarrollar en el futuro el síndrome de Tourette, un trastorno neurológico que se caracteriza por tics y movimientos involuntarios, rápidos y repetidos. Los médicos han recomendado que sea tratado con un medicamento llamado Ritalin.
Su compañero inseparable Eeyore, sufre una constante depresión a consecuencia de la amputación traumática de la cola, por lo que los doctos recomiendan unas buenas dosis de Prozac y terapia.
El cerdo Pigle, padece ansiedad generalizada fácilmente observable, dicen los doctores, por su propensión a ruborizarse y a balbucear. Solución: Paroxetine, un medicamento para combatir la sensación de pánico.
Finalmente, el muchachito Christopher Robin se enfrenta a una crisis de identidad sexual, le falta una adecuada supervisión paterna y es preocupante que pase tanto tiempo hablando con animales.
La obra de Milne esconde un enrevesado mundo paralelo. Al fin y al cabo, Winnie, el oso real en el que Milne se inspiró para crear su personaje, tuvo una desgraciada infancia y su vida estuvo marcada por una guerra mundial antes de su muerte en confinamiento forzoso en 1934. Un cazador de Ontario (Canadá) mató a su madre en el verano de 1914 y lo vendió al teniente canadiense Harry Colebourn, destinado en Winnipeg (Manitoba) por una mísera cantidad de dinero. El destino de Winnie fue convertirse en la mascota de la Segunda Brigada de Infantería del Ejército canadiense, lejos de los bosques de Ontario, donde había nacido. Pero su futuro pasaba por tierras más lejanas y gentes desconocidas. Con el inicio de la Primera Guerra Mundial, la Segunda Brigada fue destinada al frente francés y Colebourn, a su paso por Londres, decidió que el campo de batalla no era lo mejor para un oso, así que lo dejó como préstamo en el zoológico de Londres. Ahí se quedó para siempre Winnie, como lo llamaban afectuosamente los cuidadores del zoo, y ahí lo descubrió en 1924 la familia Milne: el padre, Alan Alexander, la madre, Daphne Milne, y el joven Christopher Robin, que había nacido en 1920. La visita al zoo proporcionó al escritor londinense la base para su mundo infantil imaginario, que durante otra guerra, la Segunda Mundial, se convirtió en un clásico y a partir de 1962 fue popularizado en todo el mundo por Walt Disney.
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